Ansiedad
En diciembre del 2021 peté y mucho.

Llevaba tiempo sufriendo ataques de ansiedad aislados: falta de respiración, aceleración de pulsaciones, pensamientos catastrofistas, mucha presión,estaba casi siempre de mal humor,…
Pero en diciembre el asunto fue a mayores, lo que era aislado se convirtió en recurrente, hasta el punto de ser varias veces al día y me di cuenta que no estaba bien y no era normal, a pesar de que fingía con la máscara de “todo está bien”, lo que se me hacía más difícil aún si cabe.
Llevaba un tiempo planteándome ir al psicólogo porque no sabía lo que me pasaba, pero nunca me atrevía a dar el paso, porque tenía muchísimo miedo porque me dijeran que estaba “loca”(con lo que tengo un “traumita”, porque mi ex pareja siempre me decía que estaba loca).
En varias ocasiones cogí el teléfono para pedir cita, pero siempre terminaba colgando, hasta que no pude más y di el paso.
Empezando la terapia
Mi primera sesión me la pasé entera llorando. Ahora me río bastante sobre eso, pero no quería enfrentarme a muchas situaciones que viví en el pasado, porque me hacía mucho daño recordarlas, o que me dijera mi psicóloga que era lo que mi mente sospechaba, porque eso no podía haberme pasado.
Tampoco quería romper la imagen que había construído durante años de persona que no le afecta nada, puede con todo que se le ponga por delante, tenía demasiadas cosas por gestionar a la vez,no sabía reconocer mis emociones, tampoco tenía las herramientas necesarias y no sabía por dónde empezar.
Fue una de las mejores decisiones de mi vida.
Con las primeras sesiones noté algo de mejoría, ya que ponía en práctica los ejercicios que me mandaba mi psicóloga, aunque me costara, intentaba abrirme más con mi círculo de amigos. Empecé a contar que estaba yendo a la psicóloga a muy pocas personas, ya que siempre me ha costado contar ciertas cosas sobre mí y abrirme, los ataques empecé a controlarlos y no llegaba a explotar, hasta que llegó marzo.
Marzo, las fallas más esperadas, pero no tan buenas

En marzo con el tema de las fallas y varias situaciones feas y no tanto, volvieron. El primero fue en el metro de camino a ver una mascletà al centro. La situación fue que estaba hasta arriba y empecé a agobiarme muchísimo, yo que siempre he sido la clase de persona que las multitudes no le asustan, ahí estaba bastante jodida, ahogándome en el metro, intentando mantener la respiración y esa sensación no desapareció hasta horas después de que el tumulto desapareció.
También me pasó en la carpa varias noches donde había mucho ruido, mucha gente, niños corriendo, gritos, gente preguntándome cosas y yo intentando ocupar mi mente, para no pensar. Cuando no podía más me salía a dar una vuelta, fuera de todo eso entonces el teléfono me empezaba a tirar fuego de llamadas de ¿dónde estás? ¿vas a venir?, me inventaba cualquier excusa en plan “estoy sacando dinero” o “me han mandado a comprar algo” para que me dejaran un poco en paz, mientras me calmaba.
Mi psicóloga le puso nombre a lo que me pasaba ansiedad.
Una de las noches volví a petar en mitad de la cena, otras veces en el trabajo cuando teníamos el pico de trabajo fuerte, con media ciudad cortada, sin casi gente,… y es que cuanta más presión tienes, juntándose con que no estás bien, la situación empeora mucho.
Para evadirme de todo eso volví a conductas que no me hacían bien, repetidas por patrones de evasión que aprendí en el pasado, cosa que sé que a largo plazo no me ayuda, pero hacer que tu cerebro reaprenda es complicado.
Haciendo pequeños progresos con la ansiedad
Marcharme a Barcelona me hizo muchísimo bien, ya que me focalice mucho en mi, mis prioridades, me pasé metida en el gimnasio muchas horas, ya que eso me calmaba los picos de estrés, hacía las cosas que me gustaban aunque fuese sola, cuidaba mucho mi alimentación, pasaba mucho tiempo conmigo misma, me hacía todas preguntas que necesitaba y me daba mis propias respuestas.
A veces sentía el agobio cuando había mucha gente cerca, así que decidí ir exponiendome poco a poco a las situaciones que hacían mantenerme en alerta. Una de ellas era las multitudes y qué mejor hacerlo en una gran ciudad, donde es fácil que existan grandes grupos de gente. Cuando notaba que la sensación de agobio se apoderaba de mí, me marchaba, poco a poco intentaba dar un poco más allá, aguantaba la presión evadiéndola con música, y el último paso era hacerlo sin música, con todo el ruido, hasta que dejó de ser un problema para mi.

Realmente me encontraba bastante bien, no se repetían esos ataques de ansiedad, dejaba a un lado las cosas que me hacían daño, para focalizarme en lo que me hacía bien, hasta el punto de que mi psicóloga me dio el alta a mediados de verano.
¿Qué pasó después?
Volví a Valencia, porque la empresa donde estaba trabajando cerró, me dediqué un mes y medio a replantearme mi vida. Me fui de vacaciones al Camino Portugués, pero estando ya en Santiago volvió a aparecer esa sensación de ansiedad, porque mi mente no hacía más que preguntarse ¿qué va a pasar ahora? ¿Qué planes de futuro tienes? ¿Cómo lo vas a hacer? y mil cosas más.
Con la vuelta a la realidad, mucho tiempo libre y la cabeza que no paraba de preguntarse cosas, volví a empeorar, pero, otra vez, no quería reconocerlo porque si he podido antes, puedo ahora. Y no pude, porque volvieron esos ataques, así que volví a pedir ayuda.
Hay cosas o situaciones que son detonantes, algunos porque son traumas del pasado. También he empezado a reconocer las cosas que hago, inconscientemente, cuando vuelvo a no estar bien.
En serio, ¿otra vez volvemos a tener ansiedad?

Esa es la pregunta que nos hacemos todos cuando tenemos una recaída. Pero tenemos que ser conscientes que es parte del proceso para estar bien y que no hemos deshecho todo el camino que hemos recorrido, sino que es más bien otro bache.
Porque en todo progreso nada es lineal, hay temporadas que la vida es todo cuesta hacia arriba, otras que son llanas y las que son en bajada. No por ello debemos de castigarnos, sino es cuando con más ojo debemos de estar.
Empezar a hablar sobre ello
El hablar sobre todo esto con las personas cercanas, me hizo normalizar la situación, y darme cuenta que muchas personas que tengo cerca están también pasan por situaciones parecidas, entre ellas también ansiedad, y que también acuden al psicólogo o psiquiatra por otros problemas.
Aunque esto ya no sea un estigma social tan fuerte como hace unos años, hay personas que aún no lo ven normal o creen que debes de tener un motivo de peso para acudir, y desde mi punto de vista, no es cierto.
Creo firmemente que todas las personas deberíamos ir a terapia, alguno para mejorar conductas, otros para conocerse más a sí mismo, todos tenemos una mochilita con traumas que nos hacen tener conductas que no son las mejores, no sabemos expresarnos, por tener problemas que no sabemos resolver o mil cosas más.
Hubo tres personas que fueron las que hicieron que tomara la decisión de acabar yendo a terapia, todas ellas estaban yendo, incluso aún hoy en día van.
Dos de ellas me hablaron de ello con naturalidad, y ambas padecían ansiedad, y no sabían que me lo tomaría como un consejo y la otra fue directamente, porque se dio cuenta que algo no estaba bien en mi. Dos de ellas son amigas mías y ya les di las gracias en privado.
Pero hoy me gustaría darle las GRACIAS a los tres, porque hablar de estas cosas con naturalidad y normalizarlas puede ayudar a otras personas, que tienen dudas sobre esto, como era mi caso, a dar el paso para ayudarse a sí mismos.
Si con esto puedo ayudar a una sola persona, para que tome una decisión que le puede cambiar la vida a mejor, me doy por satisfecha.
Quien te quiere, te dirá que vayas a terapia.
